Sería
un homenaje puntual, espontáneo y único que, valiéndonos del “acaramelado”
móvil que generó la fatalidad en la negra tarde del pasado 5 de enero, invitara
a las familias, a todos los malagueños, grandes y chicos, a que en el día de la
próxima Cabalgata de Reyes Magos depositáramos en un lugar concreto y cercano
del Paseo del Parque donde ocurrió la desgracia parte de las propias “cosechas”
de caramelos que cada cual obtuviera de la mágica comitiva.
Parece como si hubiera pasado mucho
tiempo y, sin embargo, tan sólo hará un año, el próximo 5 de enero. Trágico día
de este todavía 2013 -una de las jornadas más amargas de nuestra reciente
historia- en la que un niño de 6 años murió en el Paseo del Parque de Málaga al
ser atropellado por una carroza que integraba el cortejo de la cabalgata de los
Reyes Magos. Unos traicioneros caramelos caídos bajo las ruedas de un festivo
vehículo fueron el motivo para que la atrevida criatura -fuera del control de
sus padres- intentara hacerse con ellos, teniendo la mala fortuna de sufrir
instantáneas lesiones mortales.
La iluminación
navideña despierta el recuerdo de la tragedia
Tres meses y
medio después, cuando aún no nos habíamos repuesto de las consecuencias de
aquellos rastreros caramelos navideños, el 24 de abril falleció en el domicilio
familiar la madre del malogrado pequeño. Seguro que el profundo dolor causado
por tan irreparable pérdida hizo que el ya débil corazón de aquella destrozada
mujer dejara de latir de definitiva manera. Y de nuevo, como si se tratara de
un segundo acto de una maldita función escénica, todos volvimos a ser impactados
por tan cruento drama.
Sí. Todavía
no han transcurrido los consabidos 365 días del aquel funesto fin de fiesta y,
cuando su recuerdo ya estaba casi aletargado, el imparable calendario nos
vuelve a acercar la Navidad de turno. Con ella, los emocionados sentimientos de
tristeza por lo sucedido en tan “ilusionante” víspera es muy posible que
afloren en nuestros ánimos. Tales sensaciones surgirán especialmente en estas
semanas previas, coincidiendo con los trabajos de los técnicos de la empresa
concesionaria de la iluminación pública navideña, los cuales se afanan en alzar
las típicas luces por las principales calles y plazas de la ciudad.
En este sentir,
días atrás, cuando transitaba por la rotonda del General Torrijos, junto a la
majestuosa fuente de las Tres Gracias, en pleno Parque nuestro, me quedé anonadado
al comprobar que varios de dichos operarios “plantaban” en los jardines de la
citada plaza unos simulados arboles plagados de blancas bombillitas.
Me dije: ¡Anda ahí! ¡Ya tenemos las
Navidades encima!
Pese a
experimentar en un primer momento una tibia sensación de entusiasmo ante este
inesperado preludio navideño, una agria atmósfera inundó de inmediato mi
desconcertado sentir: surgió en mi memoria la muerte del niño de la cabalgata
y también de la de su desesperada madre un trimestre después.
Quedé frio y perplejo.
Yo, que siempre desde "chavea" me he
alegrado de los clásicos síntomas que proclaman la llegada de nuestras fiestas
más tradicionales, en esta ocasión no noté “chispa” alguna del hasta entonces habitual
regocijo. Es más. Podía haberme invadido la indiferencia en ese momento
contemplativo y, sin embargo, me ahogó la aflicción al venirme el recuerdo de
lo ocurrido en aquel concreto enclave y con aquellos artilugios luminosos de por medio
como testigos.
Una "acaramelada" propuesta de homenaje y aprendizaje
Tengo la
convicción de que aún no ha cicatrizado en mi imaginario morral de experiencias
vitales semejante tragedia. El ver como la típica parafernalia navideña de los
fines/principios de año estaba volviendo a ocupar, con total normalidad, la vía
pública donde tuvo lugar el fatídico siniestro me removió las entrañas.
Claro que
sí! Es verdad que todo en la vida pasa o que la vida sigue... Que no podemos
quedarnos sólo con el dolor que ocasionan las desgracias y las ausencias… Que
hay que mirar hacia adelante... No
obstante, a pesar del consuelo que puedan suponer estas tópicas y socorridas
frases, yo sí quiero a la vez proponer con este escrito un humilde gesto de
testimonio en emocionado recuerdo de aquel niño y de su madre: sería un homenaje
espontáneo, puntual y único que, valiéndonos del “acaramelado” móvil que generó
la fatalidad en la negra tarde del pasado 5 de enero, invitara a las familias,
a todos los malagueños, grandes y chicos, a que en el día de la próxima Cabalgata
de Reyes Magos depositáramos en un lugar concreto y cercano del Paseo del Parque
donde ocurrió la desgracia parte de las propias “cosechas” de caramelos que cada
cual obtuviera de la mágica comitiva.
Jornadas después -con el reinicio del
curso- podrían ser los colegios, los escolares de la ciudad los que, contando
con una necesaria colaboración municipal de distribución, fuesen destinatarios
finales de tan especial y emotiva “golosina”.
¿Quiénes mejor que los mismos chavales?
¡Así nuestros menores sabrían y aprenderían en positivo de esta desdichada historia!
¿Quiénes mejor que los mismos chavales?
¡Así nuestros menores sabrían y aprenderían en positivo de esta desdichada historia!
No sé… Al menos este año que viene a Miguel,
nuestro niño en cuestión, y a su madre Mari Carmen (q.e.p.d.), no les faltarían la “dulce” evocación de quienes, como yo, sentiremos en esta venidera ocasión
una Navidad distinta a las anteriores. Unas fiestas con poca “chispa”.