Texto íntegro de la exaltación ofrecida en la Iglesia de la Santa Cruz y San
Felipe Neri (Barrio de El Molinillo - Málaga), cuando eran las nueve de la
noche del sábado 13 de junio de 2015, con motivo del 75º aniversario de la
bendición de esta Imagen, Titular de la Pontificia, Real, Muy Ilustre y
Venerable Archicofradía del Santísimo Cristo de La Sangre, María Santísima de
Consolación y Lágrimas y del Santo Sudario.
¿Qué son las imágenes religiosas?
¿Por qué las divinizamos, siendo obras
de humana naturaleza?
¿Qué representan?
¿Por qué son sagradas?
¿Qué sensaciones nos producen?
¿Por qué las veneramos?
Sí,
Señoras y Señores, estas y otras muchas preguntas son las que desde que tengo
uso de razón me he venido cuestionando ante el universo de emociones que una
madera tallada o una pintura al óleo, con las consabidas policromías y sublimes
elementos complementarios, nos conmueven y nos desahogan cuando las
contemplamos.
¿Cómo
es posible que algo inerte o inanimado, pueda con el paso del tiempo hacerse
cada vez más presente en nuestras vidas hasta convertirse en una referencia
existencial?
¿Qué
tienen las imágenes religiosas para que no nos sean indiferentes?
ESTANDO EN EL ROCIO
ESTANDO EN EL ROCIO
Verán… Fue en la primavera de 1987,
estando en la aldea de El Rocío para cumplir menesteres radiofónicos, con
motivo de la romería de aquel año, cuando estando acompañado por mi maestro de
sentires pasionales y gloriosos, Alberto Jiménez Herrera, me percaté del
trasfondo, sentido y razón de ser que atesoran nuestras representaciones
devocionales.
Era
el atardecer de un día caluroso y cansado, y los dos -después de cinco intensas
jornadas de ávido Camino-, recalamos ante la basílica de la Patrona de Almonte.
Nada más cruzar el atrio de la puerta principal del santuario nos envolvió una
inesperada atmosfera cargada de sentimientos.
Unos
y otros… Cientos… Miles de personas entraban y salían de aquel bullicioso
templo en el que sólo había un punto de mira donde la multitud estaba
coincidiendo. Cada cual buscaba un resquicio, un palmo de espacio, lo más
cercano posible, para apreciar en el altar mayor a la Señora con su Niño, pero
a la vez también querían hacerse ver y notar para que Madre e Hijo tuvieran en
cuenta sus respectivas presencias. Era como una liturgia de mutua
correspondencia donde hombres y mujeres, de distintas condiciones sociales,
propiciaban una contagiosa complicidad con aquellas dos Imágenes, poniendo
todos de manifiesto que en aquel lugar estaban para rezarles y cantarles,
aunque igualmente habían llegado hasta allí para que Ellas consideraran así
mismo sus particulares inquietudes e íntimos pesares.
No
sin pocos agobios y con algún que otro “achuchoncillo” de por medio, Alberto
y yo logramos acercarnos a la emblemática reja que separa el barroco retablo de
la grandiosa nave. En silencio, sintiendo el latir de nuestros ardientes
corazones, fuimos testigos pasivos y activos del desbordante caudal de
motivaciones que la gente estaba expresando mientras agarraban con sudorosas
manos los barrotes de aquellos hierros “enrejaos”, los cuales parecían fundirse
ante tanto apretón “apasionao”.
EL SENTIMIENTO ROCIERO DE CONSUELO
EL SENTIMIENTO ROCIERO DE CONSUELO
Y allí, con la cara “pegaita” al oscuro
metal, nos topamos con una mujer de cuarenta y tantos años, de cuerpo frágil y
rostro “fatigao”, que con lágrimas en los ojos no hacía más que hablarle bajito
a la Virgen con frases entrecortadas. El murmullo de tantas plegarias al mismo
tiempo impedía entender lo que sus labios estaban diciendo, si bien, el hecho
de no poderla comprender no fue óbice para que los dos quedáramos “embelesaos”
ante aquella especial y conmovedora escena. Pasaron los minutos y cuando el
encuentro entre ambas mujeres concluyó muy a poquito a poco, un impulso
interior hizo que me acercara a la compungida señora justo en el momento en el
que se alejaba del altar.
No
lo pude evitar. Me presente ante ella como un periodista “entrometio” en
inquietudes marianas y sin más palabras de por medio le pregunté si podía
contarnos qué era lo que había sentido cuando estaba con la Virgen momentos
atrás.
Consuelo,
que así se llamaba la mujer (qué casualidad, verdad?), no puso reparo a mi
atrevimiento y grabadora en ristre nos esbozó a Alberto y a este servidor una
auténtica catequesis de religiosidad popular.
Nos dijo que conocer y querer a María
Santísima del Rocío era lo mejor que le había pasado en su vida… Que gracias a
aquella Imagen, cada vez que la contemplaba no tenía más remedio que rezarla,
cantarla y llorarla porque apreciaba en su inmaculada faz el semblante de su
madre y de su abuela, ya que fueron ellas las que la pusieron a sus pies nada
más venir al mundo… Que sí… Que mirándola, también notaba la estancia de
cuantos otros seres queridos suyos le habían inculcado desde chiquitilla que
nuestros cristos y nuestras vírgenes eran y son como eslabones que no sólo nos
vinculan con lo divino, sino que además nos rememoran lo humano.
Así fue, queridos amigos. Consuelo
no se cortó ni un pelo en aquel improvisado desahogo y con un desparpajo lleno
de fe y de elocuencia remató su sentida contestación manifestando de manera
categórica lo siguiente:
“Es muy posible que piensen ustedes que
esté loca, pero yo no puedo evitar lo que me entra por el cuerpo siempre que la
miro, y de manera muy especial cuando llegan estas fechas. Viéndola a Ella veo
de pronto a los míos que se fueron. Y esta sensación me hace feliz ya que así
sé que mi gente se encuentra bajo su protección y su amparo. Para mí la imagen
de la Virgen es el cofre más sagrado de mi existencia porque en él guardo mis
identidades como una persona que viene de donde viene y como una cristiana que
voy a donde voy. ¡Qué más queréis que os diga!
Y
con un “ole”, un “Viva la Blanca Paloma” y un “vaya usted con Dios”, Alberto
y yo nos despedimos de aquella inolvidable mujer, no sin antes fundirnos con un
emocionado abrazo en señal de agradecimiento por haber sido tan generosa y tan
certera en expresar su sentir.
EL AMOR A LOS SAGRADOS TITULARES
EL AMOR A LOS SAGRADOS TITULARES
Y es que nunca nadie me había dicho nada
igual… Nada tan hermoso y tan auténtico sobre lo que pueden representar
nuestras Imágenes religiosas, amén de la consabida función figurativa más o
menos artística que ellas conllevan para acercarnos a Dios.
A partir de entonces se disiparon todas
mis dudas… Se respondieron todas mis cuestiones ante el maravilloso sentido que
atesoran y desprenden nuestros Cristos y nuestras Vírgenes y demás tallas
devocionales.
Por tanto, cuando las esculturas
piadosas se van curtiendo con el paso de los años… Cuando se erigen en testigos
excepcionales del relevo generacional… Cuando nos acogemos a Ellas para alcanzar
una gracia divina o humana… Es con estas circunstancias cuando poco a poco van alcanzando una dimensión hacia lo
trascendente, hasta convertirse en referentes cotidianos de nuestras vidas. Ya
sea desde sus habituales capillas parroquiales o callejeras, desde sus tronos
procesionales, desde las fotos colocadas en los lugares más relevantes de
nuestras casas, desde la medalla de turno o también desde la sobada estampita
que guardamos en la cartera.
Y en ese estar junto a nosotros… En ese
acompañarnos para lo bueno y para lo malo… No hemos de olvidar a nuestros
antepasados. A nuestros mayores que han sido y son determinantes a la hora de
transmitirnos el fervor que las imágenes nos inspiran. Ellos y los anteriores a
ellos, padres, abuelos, bisabuelos, hasta llegar a las raíces genealógicas más
o menos profundas de nuestros orígenes, nos encomendaron sus sentimientos
religiosos como si fueran pabilos encendidos a los que nunca les ha de faltar
la cera y cuyos cirios deberán ir pasando de mano en mano para así mantener
iluminada la llama de la fe y de una tradición que nos viene legado de antaño.
Y… ¿Saben lo que les digo? Que el amor a
los Sagrados Titulares es la más hermosa y perpetua herencia que podemos
recibir de nuestros antecesores y, a la vez, la que -como preciado tesoro-
deberemos transferir a nuestros hijos y nietos, de tal modo que también las
puedan gozar venideras generaciones.
Por eso, cuando Consuelo se
emocionaba contemplando a su Virgen y nos decía que veía en el rostro de Ella a
la gente más querida de su existir… ¡Cuánta verdad decían sus entrecortadas
palabras para intentar describir lo inenarrable!
¡Cuánta bendita locura la poseía!
NO SOY EL INDICADO
NO SOY EL INDICADO
Pues bien, dejando a un lado recuerdos
de más allá del Guadalquivir y encauzándonos ya definitivamente en el
Guadalmedina de nuestras vidas, señoras y señores, reverendo director
espiritual y párroco de este acogedor templo de la Santa Cruz y San Felipe
Neri, distinguidas autoridades de nuestra ciudad, señor presidente de la Agrupación
de Cofradías, señor hermano mayor y miembros de la Pontificia, Real, Muy
Ilustre y Venerable Archicofradía del Santísimo Cristo de la Sangre, María
Santísima de Consolación y Lágrimas, y del Santo Sudario, cofrades y malagueños
en general…
Me ha tocado en suerte, en privilegio y
en honor -porque así lo ha querido
la vetusta entidad mercedaria/filipense- oficiar esta noche como pregonero de
una efeméride que, aunque la ascendencia
original de sus raíces se remonta a más de cinco centurias atrás, la imagen que
hoy representa su legendaria advocación -como brillante pulido a base de
oraciones y plegarias- cumplirá el próximo 5 de abril 75 años de presencia
entre nosotros.
Y ante semejante celebración, cuajada de
bagaje histórico y emocional, permítanme que cuestione mi elección para este
menester, máxime cuando cualquiera de los archicofrades que aquí os encontráis
seguro ha de estar perfectamente capacitado para asumir esta responsabilidad.
Quien tiene la inmodestia de hablaros desde este preferente lugar no cuenta con
más mérito que haber sido puntual espectador de las últimas tres/cuatro décadas
de vuestra ejemplar existencia, siendo honrado en cuaresmas pasadas al haber
presentado dos maravillosos carteles de la pintora hermana de la corporación Concepción
Jiménez Quesada, óleos que fueron anunciadores de sendas solemnes
procesiones del Miércoles Santo, las cuales -por cierto- siempre os distinguen
al ser comitivas nazarenas de exquisita personalidad y de profundo arraigo.
UNA DEUDA CON D. ANTONIO BAENA
UNA DEUDA CON D. ANTONIO BAENA
Y así viene ocurriendo por los siglos de
los siglos y de manera continuada desde el 9 de abril de 1941, fecha en la que
por primera vez fue procesionada la talla del Cristo que hoy conmemoramos,
junto con la de la Virgen, que ya lo venía haciendo desde la Semana Santa de
1929 y que, gracias a un milagro, su rostro se pudo salvar tras los trágicos
sucesos del 11 y 12 de mayo de 1931.
No. No se olvidarán fácilmente aquellos
aciagos días primaverales ya que las jornadas en cuestión, al igual que con
otras Hermandades de nuestra Málaga, supusieron para la Archicofradía un
“antes” y un “después” en su devenir. Un “antes” donde un hombre clave,
benefactor y adelantado a su época, D. Antonio Baena Gómez, estableció
las bases para el engrandecimiento general de nuestra Semana Mayor, tomando
como referencia y modelo a la entonces cofradía mercedaria, la cual alcanzó con
su generoso patrocinio unas cotas de suntuosidad jamás logradas por ninguna otra.
Pese al largo tiempo transcurrido desde
aquellos inolvidables años veinte y treinta, los malagueños y especialmente los
cofrades estaremos siempre en deuda con la memoria de D. Antonio, siendo
incomprensible que a estas alturas de la vida nunca hayamos reparado en
perpetuar su excepcional hacer promocionando la ejecución de una obra
escultórica pública (por ejemplo, un simple busto en favor de su persona) que
al menos esté presidiendo un lugar relevante de nuestra ciudad. O, si me
apuran, sea ubicada en la misma sede de la Agrupación de Cofradías, (su Casa y
también la de todos), que sitio hay de sobra en el Convento-Hospital de San
Julián para honrar el recuerdo de quien en 1921 -junto con otros grandes
hombres más- la creó para Málaga: el archicofrade de “La Sangre” y
excelentísimo señor D. Antonio Baena Gómez.
EMPEZAR DE CERO
EMPEZAR DE CERO
Terminada la contienda civil y carentes
de casi todo el patrimonio cofradiero, (sin Iglesia, sin Cristo, con la Virgen
desaparecida y muy dañada, sin tronos, sin enseres y, para colmo, asesinado Baena),
sobrevino el “después” para la escarmentada Institución. Un esperanzador
“después” que tuvo como año de resurgimiento el 1940 y que también conllevó un
necesario traslado de sede canónica, acogiéndose en este filipense templo
gracias a la primordial intervención de Luis Verá Ordáz, sacerdote
decisivo en aquel renacer archicofrade.
Fue el 26 de noviembre, siendo hermano mayor José Salinas Fernández, cuando se procedió a la firma del contrato de ejecución de un nuevo Crucificado, talla que realizaría el insigne imaginero Francisco Palma Burgos y en cuyo proceso empleó cuatro meses, ya que era deseo de todos fuese procesionada a lo largo de la tarde/noche del Miércoles Santo más inmediato.
Y así fue… El nunca bien homenajeado escultor malagueño, nacido nada menos que en el barrio que lleva el nombre de nuestra patrona “Victoria”, se dejó la piel en la impoluta madera, bendiciéndose la obra durante el transcurso de una gran ceremonia que el ya referido 5 de abril de 1941 ofició aquí en San Felipe el entonces obispo de nuestra Diócesis, D. Balbino Santos Olivera.
Y a partir del señalado compromiso
artístico comenzó a tomar cuerpo, “cuerpo de Cristo”, aquel “después” que hoy
estamos empezando a rememorar. Desde entonces han transcurrido siete décadas y
media en las que nuestra sagrada Imagen ha sido, es y seguirá siendo -junto con
su desconsolada Madre- el referente vital de todos nosotros… El cómplice de
nuestros desahogos… La maroma que nos salva del naufragio… El manantial de
nuestra Fe… Y como muy atinadamente expresara en su pregón mi admirado Alberto
Jiménez Herrera: él es el “coloso” de San Felipe Neri.
Ya os decía anteriormente que no soy
quien, ni tengo experiencias propias o heredadas como para entrar en detalles y
valoraciones sobre el tránsito de todo este tiempo pasado en compañía de
nuestro Santísimo Cristo de La Sangre. Es por ello que, ante tal circunstancia,
cabe remontarnos 25 años atrás, en 1991, cuando con motivo del celebrarse el 50
aniversario de su estancia entre nosotros, el gran conocedor de la
Archicofradía, Adolfo de Clemente Martínez pronunció en este altar mayor
una magistral oratoria llena de sabiduría y de sentimiento sobre aquella
significativa efeméride.
MIS REFERENCIAS ARCHICOFRADES
MIS REFERENCIAS ARCHICOFRADES
Es verdad que gracias al apreciado Adolfo,
como también gracias a mi desmesurado presentador de esta noche y entrañable
amigo del alma, Antonio Luis Villanúa Jiménez, (que en el día de hoy
celebra su onomástica: felicidades querido Antonio y también a todos los otros
Antonios aquí presentes) quien os habla tuvo por primera vez la suerte de saber
de vosotros y de vuestros Titulares.
Si bien, no puedo olvidarme del “Sancta
Sanctorum” cofrade que en vida del llorado Paco Escámez fue durante los
años setenta y ochenta la “Guantería Soto”. En el angosto lateral de un viejo
mostrador de aquel entrañable comercio, sito en la calle Granada, apasionados
jóvenes hacíamos habituales foros semanasanteros, junto con veteranos
archicofrades como Ricardo Berrocal o Pepe Santiago. Allí, entre
guantes y camisas, pañuelos y cinturones, peinetas y mantillas, pasábamos
revista al universo de nuestra Semana Mayor, teniendo especial interés con
hermandades como las del Chiquito o Dolores del Puente (de las que muchos de
quienes nos dábamos cita en la tienda éramos hermanos) e igualmente reparábamos
con la de la Sangre, que ya por entonces el querido Paco andaba ennoviado con Mercedes
(hija del citado Pepe) y por tanto semejante influencia femenina de tan
valiosa mujer hizo lo suyo favoreciendo mi atención y mis primeros
conocimientos sobre la Archicofradía Filipense.
Y después, con el paso de los años, como
consecuencia de las retransmisiones radiofónicas y luego televisivas, la
procesión de cada Miércoles Santo era un comprometido motivo más para
profundizar en vuestro existir. Hasta tal punto llegó a ser el compromiso en
cuestión que la amistad surgió con muchos de los que hoy aquí os encontráis y
con otros que desgraciadamente ya nos dejaron.
Y qué decir de la tradicional procesión
de traslado dominical, cuando como pregonero de nuestra Semana Santa de 2008
tuve el orgullo y la dignidad de portar al Señor en su propia cruz por las
calles del Molinillo… Razón de original de esta medalla que cuelga sobre mi
pecho.
De ahí pues que no pudiera negarme a
aceptar este inmerecido honor de proclamar el acontecimiento que esta noche
estamos conmemorando: 75 años de veneración a la actual Imagen del Crucificado
de La Sangre.
¡SI EL CRISTO DE LA SANGRE HABLARA…!
¡SI EL CRISTO DE LA SANGRE HABLARA…!
¡Ay Señor…! ¡Si el Cristo hablara…! ¡Si
el Cristo de la Sangre dijera esta boca es mía y, como cualquiera de los
humanos, se desahogara en reflejarnos los sentires que a lo largo de todo este
tiempo ha sido objeto por parte de fieles y devotos, los cuales, ante su sereno
rostro -muerto ya- imploramos divina protección…!
Sí. Estoy convencido que si ese milagro
ocurriera nos daríamos cuenta de la fortaleza que nuestra Fe cristiana tiene
para buscar amparo y respuestas ante lo que la razón no puede explicar o
justificar. Nos percataríamos de que un simple leño tallado se ha ido
convirtiendo con el paso de los años en ese socorrido confidente de lo más
íntimo, en cuya figura descargamos nuestras debilidades e impotencias banales.
Sin embargo, bien es verdad que imágenes
sagradas como la que esta noche estamos exaltando, ante su sobrecogedora
expresividad artística y ante la redentora advocación que encarna, con su
costado entreabierto y sangrante, con la cabeza suavemente ladeada, sin ningún
rasgo de rebeldía en su cara, con los brazos tensados al máximo para soportar
el peso de su martirizada anatomía… Bien es verdad que sólo verle es ya de por
sí un tratado enciclopédico de silenciosa oratoria porque no existe vocabulario
que contenga las palabras precisas para definir la magnanimidad de su presencia
entre nosotros.
De ahí que dada la Fe que las encumbran
y las divinizan… Dada la atmosfera y la energía que las envuelven… Dados los
sentimientos que las atesoran… Como decía al principio, son Ellas, nuestros
Cristos y nuestras Vírgenes, las que hacen posible que invoquemos a aquellos
seres queridos de los que heredamos su culto y su amor.
Por consiguiente, lo mismo que le
ocurría a la antes aludida mujer rociera que se desbordaba en frenesí cuando
contemplaba la carita de su Virgen, lo mismo nos puede pasar -y de hecho nos
pasa- a cualquiera de nosotros cuando nos entregamos en cuerpo y alma a
nuestros benditos Titulares.
EL CRISTO Y LOS NUESTROS
EL CRISTO Y LOS NUESTROS
En este sentir, ¿qué decir del Santísimo
Cristo de la Sangre que vosotros no hayáis experimentado…? ¿Qué sensación nos
embarga al ver su portentosa figura aquí en San Felipe o en su monumental trono
procesional…? ¿A quiénes de los nuestros recordamos o revivimos cuando de abajo
arriba alzamos la mirada para ver su semblante lleno de sosiego, quietud y
paz…?
En 75 años ha habido tiempo más que
suficiente para que cientos, miles de malagueños y de personas de otros lugares
hayan tenido y tengamos por siempre el privilegio de acogerse y de acogernos a
la santidad de su Imagen.
El rezarle al Cristo de la Sangre en
este venerable lugar… El llevarle en nuestros hombros o ser penitente de su
cortejo en la tarde-noche del Miércoles Santo…
Son, sin duda, algunas de esas experiencias que cada uno de nosotros guardamos
en el arcón de nuestro corazón porque ellas dan permanente sentido y valor a
nuestras vidas. Imborrables situaciones que, miren por dónde, siempre vienen
acompañadas de buena gente, de mujeres y de hombres extraordinarios, los cuales
-pese a que muchos ya no estén entre nosotros- se hacen presentes cuando
vivimos ciertas escenas religiosas llenas de emoción y de sentimientos.
Así las cosas, no hay que ser muy
“espabilao” para decir que dentro de nosotros mismos llevamos consigo a los
nuestros más íntimos. Y seguro que ellos, como le pasaba a la inolvidable Consuelo,
afloran cada vez que sentimos la cercana comparecencia de nuestro Cristo o de
nuestra Virgen, generándose situaciones que rozan lo mágico… Únicas y
maravillosas… Casi personales e intransferibles…
Podría concluir erróneamente diciendo
algo así como… ¡Allá cada cual con los suyos!
Sin embargo, a veces ocurre que los
supuestos suyos de cada cual son igualmente los nuestros de todos nosotros… Y
es que muchos de los que conforman el capital humano archicofrade de la Sangre
han tenido y tienen el generoso don de ser compartidos a la vez por quienes
tuvieron la dichosa fortuna de conocerles y de quererles. O incluso otros
también lo atesoran gracias a lo que han podido saber de ellos por medio de los
testimonios de aquellos que los conocieron y los quisieron.
UNA MINIMA RELACION DE ARCHICOFRADES
UNA MINIMA RELACION DE ARCHICOFRADES
Proclamar al Santísimo Cristo de La
Sangre al igual que a María Santísima de Consolación y Lágrimas es, al menos
con relación a los últimos 75 años, homenajear y agradecer en principio a todos
los hermanos archicofrades que desde 1941 y hasta el día de hoy han hecho y
hacen posible que una de las corporaciones nazarenas de mayor solera de España
siga siendo un indiscutible patrón malagueño de nuestra religiosidad popular,
tanto en lo devocional como en lo artístico.
Y este gran mérito, siendo común de
todos, también tiene que considerar de manera significativa a las numerosas
juntas de gobierno que, bajo la tutela de los 15 hermanos mayores habidos desde
la bendición de nuestro Crucificado hasta la actualidad, no escatimaron
esfuerzos ni oraciones para legar a las generaciones posteriores tan inmenso
patrimonio de Fe, de arte y de historia.
José Salinas, Francisco
Porras, José Jiménez, Enrique Ortíz, Gerónimo García, Jaime
Gross, Gonzalo Albert, Federico Cuenca, Guillermo Ortega, Antonio Peñas, Ricardo Berrocal,
Pepe Santiago, Antonio Mateos, Antonio Iranzo y Mario
Moreno son los nombres propios de los máximos responsables del reciente
existir de la Archicofradía, habiendo donado cada uno de ellos lo más y lo
mejor que podían dar de sí mismos.
No obstante, a riesgo de que en el
consabido tintero se queden muchos otros que oficiaron u ofician aún menesteres
menos públicos, pero no por ello menos importantes, permítanme citar a Pepe
Palma y con él a sus nazarenos pinceles siempre dispuestos a reflejar lo
divino (menudo cartel has hecho para esta ocasión y menudo gran cuadro nos
espera querido Pepe); mencionar también a Pepín García y a Rafael el
“tapicero” por el mucho desvelo derrochado en vestir a las Imágenes y en
tener siempre a punto la albacería; a José María de las Peñas, dado el
minucioso trabajo hecho para bien del archivo y del conocimiento histórico de
la Entidad; o a María Elena Vega que junto con su marido José Pastor
-q.e.p.d- ambos fueron durante bastante tiempo auténticos ángeles de la guarda
de cara a atender todo aquello que la Archicofradía precisara…
Y así podríamos estar buena parte de la
noche haciendo un listado de honor casi interminable con quienes de altruista
manera se han entregado o todavía se entregan en favor de esta herencia nuestra
de credo cofrade y malagueño.
ALGUNOS DE LOS QUE SE FUERON
ALGUNOS DE LOS QUE SE FUERON
Pero no se acaba aquí este testimonial
capítulo de recuerdo en aras de algunos de los muchos que han dejado honda
huella entre nosotros. Aún hay bastantes personas más a tener en cuenta y, por
ellos, yo os ruego ahora a todos vosotros a que durante unos momentos dejéis de
mirarme a mí y dirijáis los ojos hacia al Cristo.
Ojalá que en vuestras miradas, en
nuestras miradas fijas en El, contemplemos también a los nuestros que se
fueron, aunque sabemos de sobra que nunca se van de manera definitiva y muchas veces
sentimos sus compañías, “sus estar ahí” cuando nos encontramos en lugares tan
sagrados como en este templo de San Felipe.
Así pues, si nos dejamos llevar por el
sentimiento y por la emoción que nos envuelve con motivo de este 75
aniversario, tal y como le ocurriera a mi querida Consuelo, también cada
uno de nosotros podemos ponerle cara humana a nuestra fervorosa talla y así
reflejar en su semblante la imagen de cualquiera de aquellos seres queridos
nuestros que murieron con la esperanza de salvación puesta en el Cristo de la
Sangre o en María Santísima de Consolación y Lágrimas.
Y en esta instancia, sí cabe expresar
que cada uno de nosotros es dueño de sus particulares sensaciones y, así las
cosas, cada cual es muy libre de reavivar el recuerdo y la representación de
ese familiar o de ese amigo, archicofrades ellos, que tanto quisimos y que
tanto nos enseñaron.
Llegados aquí, déjenme que yo participe
igualmente de este sublime santiamén y, además de considerar a algunos de los
antes referidos que ya descansan con Dios, dadme vuestras respectivas venias
para que evoque a otros hermanos que también se nos fueron durante estos años
que conmemoramos y que son -junto con muchos más- merecedores de aparecer en
esta colectiva mirada nuestra de ahora al Señor de La Sangre: Pepe Planas,
carpintero de la Archicofradía y canon/modelo de nuestro Cristo; Joaquín
García, eterno albacea y conseguidor de todo lo necesario; Juan José
Salinas, estudioso de la historia y responsable del protocolo; Juan
Guerrero “El Mulo”, siempre dispuesto, noble y tan natural como él mismo; Enrique
Sesmero, secretario hasta el final y siempre amable; Ana María Gómez,
delegada de camareras y experta en detalles… Y así bastantes más... Muchos más.
Seguro estoy que se me han vuelto a
quedar en el tintero decenas de nombres propios. Nombres de maravillosas
personas que bien podrían completar la pretendida figuración divina de esta
intencionada mirada general que hacia el Crucificado he querido provocar entre
nosotros. Pero, ya digo, mejor ha de ser que cada cual se imagine a los suyos…
Aunque en el fondo, como argumentaba antes, todos ellos son también patrimonio
común y además viven siempre con nuestro Cristo y con nuestra Virgen gracias a
la Fe que compartimos.
TAMBIEN LOS MAS HUMILDES Y NECESITADOS
TAMBIEN LOS MAS HUMILDES Y NECESITADOS
Por consiguiente, está claro que la
efeméride que hoy comenzamos a celebrar no deja de ser un mero punto y seguido
en el longevo devenir de la Corporación.
Nos equivocaríamos si la consideráramos como una meta final o como un mero acto protocolario y oportuno para salir del paso y así cubrir el expediente.
Nos equivocaríamos si la consideráramos como una meta final o como un mero acto protocolario y oportuno para salir del paso y así cubrir el expediente.
No… No puede, ni debe ser así. Lo que
esta noche estamos propiciando es la convalidación de un hito devocional a
referenciar que ha de servir de estímulo para continuar glorificando a nuestra
bienaventurada Imagen. Pero, sobre todo, tiene que convertirse en un jalón que
nos exigirá más aún de cara a atender las crecientes precariedades humanas
(sobre todo la falta de valores), ante los nuevos tiempos que estamos viviendo.
En definitiva, lo que hoy honramos, a
sabiendas de la casual coincidencia habida esta mañana en los ayuntamientos de
nuestro país con sus preceptivas constituciones corporativas, tamizadas la
mayoría de éstas por el “tira y afloja” de lo mundano, las cuales seguirán
acaparando todas las atenciones informativas… Pues bien, repito que lo que aquí
ahora honramos es algo que va mucho más allá de cuatro años… Es el nuestro un “acuerdo” bastante más sólido y perdurable, consensuado y
gratificante, auténtico y leal. Y, además, para colmo de bienes, es un
compromiso donde todos nos sentimos representados. Por tanto, sin lugar a dudas, es éste el mejor acontecimiento del día… El broche divino a una jornada,
para la cual no tengo reparo en decir a boca llena que…
¡Este 13 de junio -festividad de San
Antonio de Padua- deberá pasar a la historia porque hemos vuelto a reconstituir
y reafirmar en esta venerable Iglesia de San Felipe nuestro eterno “pacto" de
Fe con el Cristo de la Sangre!
Si… Queridos archicofrades… Contemplar
el semblante de nuestro Titular, además de recordarnos a los seres queridos que
esta noche hemos intentando revivir, también nos ha de representar a los más
necesitados, a los más humildes, a los más pobres, a los que más sufren…
En este sentido, como dijera años atrás
en el Teatro Cervantes…
“Convencido
estoy que todos nosotros tenemos capacidad y energía para sacarnos mucho más
partido. Para ofrecer mayor provecho solidario y personal. De este modo
seguiremos siendo gente especial, ejemplar, comprometida, sin complejos y valiente. Siempre Nazarenos, (archicofrades) pese todo y contra corriente. Poniendo en práctica y de manera renovada lo que
dos mil y pico años atrás ya estaba escrito en el más maravilloso libro de
fraterno Amor: el modelo de
vida que nos legó Dios, junto
a la Virgen María y Cristo nuestro Señor”.
Poco más puedo añadir ya a esta solemnidad de
hoy, que no sea agradeceros vuestra benevolencia y generosidad por haberme
otorgado el inmerecido honor de pregonar tan extraordinaria conmemoración.
Por delante se tiene un año con un programa
lleno de actos y de cultos, el cual, ojalá se complete con el broche del
deseado Vía Crucis agrupacionista. De cualquiera manera, yo siempre me quedaré
con la procesión de la tarde-noche del Miércoles Santo para seguir proclamando
desde lo más profundo de mi alma la escena de vuestra sagrada
advocación…
“El valor de la compasión cabalga en
nuestra Semana Santa a galope del caballo de Longinos. El Cristo de la Sangre
ya no se movía, ni respiraba en la Cruz. Nadie tenía la certeza de que muerto estuviere, a pesar de los
temores de la Dolorosa, de San Juan Evangelista y de las tres santas mujeres. Y ante la general confusión, el centurión romano
-con la ayuda de un sayón-
parece que se apiadó: Su
costado con una lanza atravesó.
Yerto ya estaba el Señor.
Agua y más sangre de su cuerpo manó.
Y así se acabó la tortura, la angustia y el sufrimiento. Un silencio de muerte se hizo en el firmamento. Tan sólo a su Madre
se la oía llorar sin consuelo.
¡Qué daríamos, Señora, Virgen de Consolación y Lágrimas, por enjugar tu
inmaculada mejilla con un blanco pañuelo
y siempre tenerlo como llave, para llegado el día final, abrir con él las puertas
del cielo!”
Muchas gracias.