Parece evidente que la sociedad en general va teniendo progresivo conocimiento -digo solo conocimiento-, de la conveniencia de procurar mantener una vida cada vez más saludable. Comer menos y mejor, hacer ejercicio físico, no fumar, beber alcohol con moderación, combatir el stress o rehuir de las drogas suelen ser, entre otras, máximas de buena conducta vital y, pese a que lamentablemente no son puestas en práctica por la totalidad de la población, si parece que una creciente mayoría va concienciándose de todas ellas e intentan asumirlas con mayor o menor sacrificio y éxito. La proverbial frase del poeta romano Juvenal “mens sana in corpore sano” es el estandarte ideal para condensar el objetivo en cuestión. Un objetivo éste que, de un tiempo a esta parte, las autoridades sanitarias vienen priorizando en sus programas de actuación, aunque tal preocupación también debería extenderse de manera coordinada a otras muchas esferas de la administración pública: servicios sociales, fuerzas de seguridad, justicia, comercio, educación, deportes, tráfico, etc. Procurar unos estándares de calidad de vida debe ser tarea de todos, incluida la iniciativa privada, porque a todos nos afecta existir con mejor o con peor salud.
UNO DE CADA CUATRO JOVENES ESPAÑOLES SUELE FUMAR PORROS DE MANERA HABITUAL
En este continuo “manos a la obra” por propiciar que vivamos lo más sanamente posible se están produciendo trascendentes omisiones o dejaciones que, de forma directa e indirecta, reducen eficacia al resto de las acciones preventivas que se ponen en vigor. En concreto, me refiero a la generalizada exención y condescendencia que rodea el progresivo consumo de cannabis/marihuana y de sus derivados como el hachís.
Un reciente informe de la ONU sobre la distribución y uso de drogas en el mundo sitúa a España entre las doce primeras naciones del planeta -a la par de las caribeñas islas Bermudas- que más cannabis consume (10’6 % del total), sólo superada en Europa por la vecina Italia (14’6 %). El principal caldo de cultivo clientelar de la población española se ceba en adolescentes y jóvenes de entre los 15 y 24 años, registrándose en este segmento social una tasa de prevalencia que con un 24 % hace liderar a nuestro país en el Viejo Continente. Es decir, por cada cuatro de estos “españolitos”, uno de ellos suele consumir marihuana de una manera habitual. De ahí, por tanto, no sea de extrañar que el 86 % de los casos de fracaso escolar que se producen en nuestra juventud tengan asociado el fumeteo en cuestión, al margen de la “bomba de relojería” que supone que más del 55 % de los menores de 25 años que buscan trabajo se encuentren en paro y, por tanto, estén más que angustiados ante el negro presente y zaíno futuro de sus vidas.
Jamás he puesto un porro en mis labios. No obstante, la falta de experiencia propia sobre los efectos del humeante elemento no impide llenarme de razones, máxime cuando sus nocivas secuelas han hecho y siguen haciendo “sangre” en personas más o menos allegadas al entorno que me rodea. Así pues, desde la perspectiva de un simple ciudadano observador, contemplo con desbordado asombro y cada vez con más preocupación la inconsciencia que nuestra sociedad muestra ante una sustancia que ya en el año 1948 fue declarada peligrosa física, mental y socialmente por la Organización Mundial de la Salud.
EL NUEVO CUENTO DE “CAPERUCITA VERDE”
No digo nada extraordinario si expreso, con referencia a la cada vez más normalizada presencia del cannabis en nuestras vidas, que desde siempre tengo la percepción de encontrarnos sumidos ante un grave fenómeno de perversa tolerancia colectiva. Una tolerancia que se deja engatusar en base a posibles efectos o fines terapéuticos de algunas de sus propiedades; eso sí, de aplicación sólo para un definido tipo de pacientes y para muy concretas patologías pero no, por ello, deba quedarse al margen de los necesarios controles y prescripciones médico-farmacéuticos. Psicotrópicos como la morfina y similares tienen perfectamente protocolizada su administración sanitaria. ¿Por qué entonces para la marihuana, que según los expertos es también un psicotrópico estupefaciente, se demanda “barra libre”?
La imaginaria e inocente capucha de “Caperucita Verde” que cubre a la famosa planta de cáñamo está logrando poco a poco que nos creamos un “cuento” desdramatizado y desmitificado. El “lobo feroz” de sus patrones de iniciación o de hábito al consumo han conseguido ser superponibles a los de las bebidas alcohólicas o a los del mismísimo tabaco. La realidad es que en España, tras el cubata o el cigarrito, la “maría” ha escalado hasta el tercer lugar de entre las drogas más aceptadas, obviamente por su bajo coste, la aquiescencia de los mercados potenciales y la manifiesta irresponsabilidad de una élite dirigente que no sabe o no quiere procurar una mejor conducta de salud entre sus conciudadanos.
“EXPOCANNABIS”: UNA FERIA TUTIPLEN EN MALAGA
Si para la circulación o el tráfico de vehículos se han establecido unas eficientes leyes que están reduciendo las estadísticas de siniestros en nuestras carreteras… Si contra los susodichos tabaco y alcohol hay cada vez una mayor conciencia social que intenta moderar y limitar a sus respectivos consumidores… Si para prevenir el temido colesterol es raro el soporte mediático vinculado con la alimentación o con el ejercicio físico que no nos avise de sus consiguientes perjuicios… Si combatir la violencia de género provoca un unánime consenso de rechazo y de máximos esfuerzos en todas las administraciones… Si recordar la consabida declaración del IRPF conlleva anualmente la puesta en vigor de espectaculares campañas publicitarias y se establecen férreos y eficaces controles para dar con los incumplidores… ¿Por qué, pues, al camuflado “universo marihuanero” no sólo se le sigue bajando la guardia, sino que además hasta se le permite la organización de eventos públicos, llámese por ejemplo Expocannabis, que desde hace tres años celebra bajo tan descarada denominación una “feria” tutiplén en el fastuoso Palacio de Congresos y Exposiciones de Málaga para promocionar sus inquietantes “mercaderías”? ¡Mientras tanto, encomiables organizaciones de choque y trinchera contra esta y otras drogas, como Proyecto Hombre también en Málaga, han de "mendigar" ayudas de toda índole ante el continuo aluvión de gente hecha polvo que acude a ellas para pedir auxilio! Por cierto y por contra, del Centro Provincial de Drogodependencias, órgano dependiente de la Diputación malagueña, mejor no hablar…
¡Cuánta incoherencia y cuánta incompetencia denotan buena parte de nuestros supuestos “responsables” públicos!
¿Por qué no se airean a bombo y platillo los más o menos recientes y continuos descubrimientos que reconocidos investigadores vienen poniendo de manifiesto sobre los graves perjuicios que contra la salud causa el hasta hace bien poco inocuo, alegre e incluso beneficioso consumo de cannabis?
LA CIENCIA LO TIENE CADA VEZ MAS CLARO: EL CANNABIS ES UNA SUSTANCIA PELIGROSA
El eminente psiquiatra español Amador Calafat, director de la revista Adicciones, no para de publicar irrebatibles estudios científicos que desvelan los múltiples daños neurobiológicos y cerebrales que el dichoso porrito ocasiona entre sus fieles o esporádicos usuarios, especialmente en los adolescentes y jóvenes, sin olvidar las dolorosas repercusiones de cualquier tipo que se ocasionan en los respectivos entornos familiares, educativos, laborales... Perdidas de concentración y de memoria, aumento del riesgo de padecer episodios psicóticos o esquizofrénicos, de sufrir depresión, ansiedad, alucinaciones y hasta de generar pensamientos suicidas, además de estar detrás de innumerables accidentes de tráfico, de acompañar sucesos violentos y de ser la puerta de entrada hacia otras drogadicciones “duras”, conforman una mínima lista de nefastas consecuencias muy difíciles de reparar, todas ellas atribuibles a tan “maravilloso vegetal macetero
Ante semejante panorama que sin ninguna duda señala al cannabis como una sustancia perniciosa para la persona y para la sociedad, no sale uno de la perplejidad cuando observa el amplio marco de impunidad, de tolerancia y de pasividad que le rodea en cualquier situación cotidiana de nuestro país. Aquí no hay políticas, leyes, ni voluntades que de una puñetera vez le pongan el “cascabel” al porro. ¿Será porque se les tiene miedo a los “progres”…? ¿Será porque los partidos promotores de tan necesaria responsabilidad perderían muchos votos…? ¿Será porque cuantos más empanados estemos más cómodos “gobiernan” los poderosos mediocres…? ¿Por qué será que hay tanto pasotismo negligente sobre este drama? En varios estados, tal es el caso del Reino Unido, los gobiernos vienen revisando y endureciendo la clasificación de esta reggaetona droga para así aumentar las medidas protectoras de salud, especialmente de cara a la población joven.
ESTAMOS A LOS PIES DE LOS CABALLOS DE LA TRAICIONERA MARIHUANA
No sé qué fondo tendremos que tocar para reaccionar de adecuada manera contra la infausta “hierba”. La desmoralización social reinante en España, con una juventud desesperanzada, se presenta como una macabra invitación que está poniendo a los más débiles a los pies de los caballos de la traicionera marihuana y de otras “florituras exóticas y alucinantes”.
A estas alturas de como está el "patio” no caben medias tintas ni demoras. La crisis económica que nos atormenta no debe ser generadora, para colmo, del incremento de más descalabros humanos relacionados con el “salvador y socorrido” cannabis, disfrazado de “Caperucita Verde”. ¡Bastante nos golpea ya el paro y la inagotable indecencia de muchos de nuestros mandatarios…! ¡En estos duros y difíciles tiempos toca estar despiertos, activos, lúcidos y sanos! ¡Ahora, más que nunca, pongámosle el definitivo “cascabel” al puñetero porrito!