Alegato
en favor de una voluntad mayoritaria y de un definitivo proyecto que resuelvan la inconclusión de la Catedral de Málaga
Doler
Málaga es el sentir que experimentan aquellas personas -nacidas o no nacidas y
residentes o no residentes en la localidad malagueña- de ser sensibles a lo que
por naturaleza propia les pertenece y forma parte de sus vidas. Dicha sensación
no sólo se manifiesta a fin de disfrutar del beneficio que les reporta el bien
en cuestión, sino que igualmente lo defienden e incluso lo enriquecen como seña
de identidad o referencia existencial, dado que tal patrimonio les define y les
diferencia en positivo orgullo con relación al resto de los humanos y de otros
lugares del mundo.
Uno de los pecados capitales que tenemos los malagueños es la secular
indolencia que hacemos gala para con ciertos asuntos muy particulares,
relativamente cargados de vida, que se han ido enquistando en nuestras
singularidades más significativas. Son asuntos propios y auténticos, los cuales
no generan reacción alguna que provoque el necesario “dolor” de cara a la
oportuna reparación que la historia y la responsabilidad nos vienen demandando
desde tiempo atrás.
NO HAY EDIFICIO TAN EMBLEMATICO EN NUESTRA PROVINCIA
La Catedral de Málaga, la de La
Encarnación de la Virgen y no la “manquita”, es posiblemente -junto con el
tercermundista y a la vez costosísimo cauce urbano del Guadalmedina- el mayor
de los indoloros asuntos íntimos que tenemos los malacitanos. No hay edificio
tan emblemático en nuestra provincia que lo supere o que lo iguale en
monumentalidad, en acervo histórico, en compendio artístico, en riqueza
arquitectónica, en valor sentimental... La Catedral-Basílica de La Encarnación
es algo único entre nosotros, no sólo por el legado patrimonial/cultural que
atesora, sino también por la insólita situación de inconclusión que desde el
año 1782 presenta su portentosa edificación. Una construcción que se inició en
1528 y que, después de varias interrupciones más o menos prolongadas -al igual
que ha ocurrido con cualquier otra catedral o magna obra-, los vecinos de la
supuesta “Ciudad del Paraíso” no hemos tenido el coraje ni el amor propio para
acabarla como “Dios manda” o como así lo quisieron y lo desearon nuestros
predecesores.
Y es que los malagueños “dolientes” de esta tierra nuestra llevamos soportando doscientos treinta años de incorrecta “amputación” catedralicia -más bien hipotrofia-, dando señales evidentes de que, muy al contrario del envidiable ejemplo que nos ofrecen los barceloneses con la experiencia del templo de “La Sagrada Familia”, aquí parecemos ser gente a medias, gente “manca” e incluso gente afectada por lo “pazguato”, ya que ni siquiera muchos de nosotros nos hemos preocupado en conocer y en difundir las auténticas razones que causaron la legendaria paralización de las obras de nuestra Catedral.
¡Nada de sufragar la Guerra de la
Independencia estadounidense -una colosal “majaronada” en toda regla- y sí de
emplear los dineros en cuestión para reparar los caminos públicos de acceso a
Antequera, Granada y Vélez-Málaga!
¡Así pues, para colmo de los colmos, son
Málaga-capital y su provincia las que mantienen una inverosímil deuda económica
y también moral con la Seo malacitana!
Y digo yo: ¿Por qué no echamos manos aquí
de la tan traída “memoria histórica” e intentamos acometer su justa y digna
reparación?
LAS SENSIBILIDADES DE UNOS Y DE OTROS
Partiendo de la premisa de que las
catedrales no son sólo un bien eclesiástico, sino que igualmente se tratan de
un patrimonio multicultural, multiartístico y multihistórico, han de ser las
ciudades y los ciudadanos con quienes las compartimos los que tenemos la suerte
de disfrutarlas y la responsabilidad de conservarlas.
Tal y como velamos por la restauración
de todo tipo de inmuebles... Por la protección de restos de construcciones
árabes/nazaríes más o menos trascendentes... Por el rescate de sepultados
teatros romanos que fueron machacados con cultos edificios... O, incluso, por
la rehabilitación de destartaladas chimeneas industriales... Es muy posible que
con tan ejemplares actuaciones podamos dar la impresión de que en Málaga
demostramos al “mundo mundial” una exquisita y extrema sensibilidad por la
salvaguarda de nuestro legado patrimonial. Sensibilidad ésta que, por cierto,
no pretendo criticar en su naturaleza, aunque sí cuestionar los habituales
arbitrarios/caprichosos criterios o voluntades que la mayoría de nuestros
responsables públicos y consagrados
“expertos” han venido esgrimien do durante las últimas décadas a la hora de
decidir qué actuaciones conservadoras se ejecutaban y qué otras no.
En este sentir, en este doler, la
Catedral malagueña se lleva la palma a amplia distancia de todo lo demás. Ella,
pese a su indiscutible importancia, siempre ha sido tratada con una histórica
indolencia. Un delictivo abandono. Una insultante indiferencia que, no hace
mucho tiempo, llegó a provocar la vergonzosa noticia nacional que daba cuenta
que desde sus semirruinosas alturas sobrevenían con peligrosa frecuencia grandes
trozos de piedras y preocupantes caudales de agua por mor de la desidia y la
lluvia. ¡Muy patéticas y hasta bochornosas fueron las imágenes y fotografías en
cuestión difundidas por los medios informativos!
Además, para más “inri”, el entuerto de
las urgentes obras que posteriormente se acometieron consistió en sellar el
exterior del dañado embovedado de las naves catedralicias, descartando o
ignorando que el proyecto primitivo de la Basílica contemplaba un lógico y
necesario tejado. Así, pues, una vez más, el “rosario” de la mezquindad volvió
a hacer gala en nuestra primera Iglesia y sólo el devenir del día a día se
encargará dar oportuna respuesta a semejante ¿chapuza?
Eso sí. Por el contrario y por fortuna,
en las postreras actuaciones de rehabilitación del Palacio de La Aduana para
convertirlo en museo sí se contempló la construcción de la techumbre que
originariamente disponía el majestuoso edificio aduanero, no llegando uno a
entender cuáles fueron los dispares criterios arquitectónicos empleados por los
“técnicos” de turno para acometer ambas ejecuciones de forma tan dispar. ¿Por
qué se le ha puesto cubierta a La Aduana y no se le puso pocos años antes a la
Catedral? ¡Será, a lo mejor, porque cien metros al Este de la ciudad, entre la
Alcazaba y la Cámara de Comercio, debe llover de una manera más intensa y
abundante que en toda aquella redonda urbana!
LA “VENUS DE MILO” MALAGUEÑA Y EL METRO “RECORTAITO”
No cabe duda que el Templo de La
Encarnación se ha convertido con el paso de los años en uno de los “talones de
Aquiles” de Málaga y de los malagueños. A pesar de la controversia que lo
envuelve, de que algunos quieren seguir viendo supuestas virtudes en su
histórica dejación, la mutilada imagen que ofrece está llegando a ser un
clamoroso escarnio en perjuicio de la razón y del sentido común. Y es que no
hay obra humana en Oriente u Occidente que se haya proyectado para luego
mantenerla consentidamente inacabada: lo que se empieza, por simple obviedad,
se ha de culminar, pese a que ciertos “iluminados” pretendan compararla de
manera disparatada con la estatua de la “Venus de Milo”. Ya saben... ¡Lo de
“manquita” da para muchas insospechadas elucubraciones!
Por ejemplo. Piensen ustedes que mañana,
por mor de la crisis, tengamos que paralizar -ojalá no sea así- las obras de
construcción del Metro. Vamos dejando que el tiempo transcurra sin más.... Y
seguro que, al cabo de varias décadas, su inconclusión alcanzará también el
meritorio rango de “seña de identidad muy malagueña”. Puede entonces que,
siguiendo la típica costumbre bautismal, a nuestro suburbano le apodemos con
algo así como “el recortaito”, que -al
igual que “la manquita”- quedaría muy gracioso.
¿Y qué escusa nos inventaríamos ahora
para justificar dónde se fueron a parar los dineros en cuestión? ¡Al menos
tendríamos que ser tan ocurrentes como con el chistoso pretexto de nuestra
quijotesca financiación en favor de la Guerra de la Independencia
Norteamericana!
No sé... Podríamos inventarnos que lo
destinamos a sufragar el patrocinio de una ONG dedicada a la protección del
elefante africano... Que, posiblemente, muy pronto -tal y como sucede con el
lince ibérico- estará de moda. Pensemos que los “guiris” son extremos
defensores de los animales y lo más normal es que se lo crean y lo valoren cuando
alguien les cuente la noble historia de “el recortaito”. ¡Sería genial!
Volviendo a la seriedad y al rigor,
nuestra Catedral es símbolo de la despreocupación, de la irresponsabilidad y
del papanatismo más evidente de quienes teníamos y siempre tendremos la ineludible
obligación de custodiarla y de acabarla. Es un fiel retrato que, en contra de
lo que históricamente ha ocurrido en la totalidad de las poblaciones europeas
con templos similares, nos define a los malagueños como personas que hasta
ahora no han sabido o no han querido culminar la voluntad de sus antepasados.
Es una permanente herida que, además -gracias a infames y oportunistas
autorizaciones urbanísticas-, llegó a ser anulada de la vista ciudadana con
lesivas construcciones como el mastodóntico e insultante edificio del Hotel
Málaga Palacio. Sí. Ella es, con el inconcluso estado que mantiene, una triste
y lamentable ofensa de identidad que no tiene parangón en otro lugar y que en
el fondo pone de manifiesto la acomplejada/confusa mentalidad de muchos de
nuestros paisanos.
En el fondo los malagueños tenemos una
idiosincrasia algo radical a la hora de relegar o de encumbrar, en muy corto
espacio de tiempo, cualquier asunto de cierta entidad propia. Málaga C. F. ó C.
D. Málaga, Festejos de Agosto y Semana Santa son algunos ejemplos de esta
extrema o “burbujeante” casuística social. De desaparecer el primer equipo de
fútbol de la capital y poco después a jugar la Champions… De tener una Feria de
Agosto moribunda y de compromiso en la década de los ochenta a contar con dos
reales (de día y de noche), incluida plaza de toros de primera… De peligrar las
procesiones de las Cofradías semanasanteras por falta de motivación popular
(hombres pagados y tronos abandonados) hasta llevar a cabo todo tipo de traslados
y de cortejos conmemorativos durante buena parte del año, además de incrementar
el número de Hermandades y de hacer los tronos más grandes que los portones de
las parroquias.
Con “La Encarnación”, ídem de ídem.
Intentaron nuestros antepasados que fuera uno de los templos más soberbios de
España. Y, efectivamente, fieles a la autóctona naturaleza que nos distingue de
procurar tener siempre lo “más mejor”, un puñado de años después tenemos lo
menos o, según se mire, lo más inacabado en la materia. ¡Ojalá mañana cambiara
la cosa!
De todas formas, está claro que este
eterno dilema catedralicio malacitano no tendría nunca la más mínima cancha en
localidades como Barcelona, Sevilla, Valencia, Cádiz, Vitoria, Zaragoza o
Madrid, las cuales han sabido o están sabiendo resolver sus seculares retos
patrimoniales pendientes de una aseada manera y, en algunos casos, hasta con un
admirable proceder. Mientras tanto, aquí, en Málaga, “nanay” o “ná de ná”.
¿Para qué? ¡Y ahora mucho menos con el desastre económico que padecemos!
Es cierto. La Catedral malagueña se
encuentra sumida en una eterna crisis. Lleva así doscientos treinta años, pese
a que a lo largo de estos más de dos siglos se dieran periodos de bonanzas que,
cuanto menos, hubiesen propiciado el mero replanteamiento de su hipotética
necesaria conclusión.
UN AGRAVIO TAN GRANDE COMO UNA CATEDRAL
¡Y es que la vida es a veces muy
injusta...!
¿Quién hubiera imaginado que nuestro
Ayuntamiento llegara a invertir entre 2005-2007 cerca de setecientos mil euros
para salvar de la piqueta a la chimenea del plomo, en La Misericordia? Claro.
Por entonces, algunos pueden suponer que toda Málaga se echó a la calle para
reivindicar el futuro de tan altiva construcción industrial (con menos de cien
años de historia y un relativo acervo cultural) y ante ello, nuestros
munícipes, sensibles al ¿sentir de la ciudadanía?, demostraron que cuando algo
se quiere también algo se puede.
Sin embargo, que yo recuerde, nunca hubo
clamor popular alguno por la defensa de semejante “edificación”. Sí es verdad
que, gracias a la osadía de un joven enamorado que se encaramó a la chimenea en
cuestión para -brocha en mano- hacer público su amor por una muchacha llamada
“Mónica”, la ruinosa torre se hizo famosa y con tal intrepidez ayudó a
garantizar su digna y alzada permanencia entre nosotros.
Así, pues, comprobada esta efectiva
experiencia, no estaría mal dar con aquel temerario/romántico “escalador” y
proponerle -previa connivencia con su amada “Mónica”- se encumbrara en la
Catedral para que cuelgue sobre ella una visible pancarta que diga algo
parecido como “¡Te quiero Encarnación!”. A lo mejor, además de renovar el
latente celo conservacionista de los regidores de la Casona del Parque, se
conmueven también las insensibles conciencias de algunos otros malagueños y, de
tal modo, ponemos término definitivo a la dejada situación catedralicia que
viene sintiendo el resto de malacitanos.
En fin. Ocurrencias aparte, así estamos
escribiendo la historia en nuestra bendita tierra, con relación al permanente
agravio que desde finales del siglo XVIII es víctima el más importante
referente patrimonial que poseemos. Un agravio éste, y nunca mejor dicho, “tan
grande como una catedral”. Máxime, cuando las vetustas y hermosas dependencias
de nuestro incompleto Templo siguen siendo útiles para el desarrollo de
servicios y celebraciones religiosas, museísticas, culturales, artísticas,
musicales, expositivas, turísticas... ¡Vamos! ¡Igual que la restaurada y hasta
galardonada chimenea del plomo! ¿Verdad?
UNA CANDIDATURA DE CAPITALIDAD EUROPEA CULTURAL CON UNA “MANCA” CATEDRAL
Por cierto, hablando de visitas
turísticas y aunque al respecto no dispongamos en Málaga de unas adecuadas o
transparentes estadísticas globales sobre las afluencias de público a los
monumentos o museos más relevantes, no creo que me equivoque mucho si afirmo
que posiblemente sea nuestra Catedral uno de los espacios
patrimoniales/culturales más concurridos de nuestra provincia. Me da la
impresión, en este sentido, que no han de registrarse grandes diferencias e
incluso supere en número de visitantes a lugares tan promocionados y tan
amparados como el Museo Picasso-Málaga, la Fundación-Museo Casa Natal Picasso,
la Cueva de Nerja, la Alcazaba, la Real Maestranza de Ronda o el Museo Carmen
Thyssen.
Esta significativa y trascendental
circunstancia sobre el interés turístico-social que pese a todo continúa
teniendo consigo nuestra Seo, además de lo ya mucho argumentado, cuanto menos
nos debería motivar a los malagueños para no seguir descartando de nuestras
reducidas miras la posibilidad de retomar el debate ciudadano de cara a la
resolución/conclusión de las obras catedralicias.
Siempre se ha dicho que a Málaga le
hacen falta grandes proyectos que hagan de revulsivo para mejorar y trascender
nuestros valores y nuestras potencialidades, todo ello de cara a afrontar los
continuos desafíos del futuro.
Sobre este parecer, un último simulacro
de magno proyecto fue nuestra fracasada candidatura para ser Capital Europea de
la Cultura en 2016. Ridícula pretensión ésta que puso de manifiesto la
“alegría” de unos dirigentes locales, los cuales imaginaron que la ciudad
podría superar docta reválida internacional, pese a las carencias que en este
ámbito siempre se cuentan y, sobre todo, a pesar de que tengamos atragantado y
sin solventar el presente/futuro de nuestro más emblemático bien patrimonial.
No sé… ¡Hay que ser muy “singular” para intentar que una localidad, señalada
por mantener “manca” su Iglesia Mayor, ambicionara al nombramiento de
“Capitalidad Cultural de Europa”! ¡Enorme!
DOLER POR UNA INICIATIVA NUESTRA, UNICA EN EL MUNDO
Sin
lugar a dudas, al margen de otras propuestas más o menos consecuentes, resolver
la inconclusión de la Catedral-Basílica de La Encarnación es un proyecto ideal,
de progreso, que la ciudad necesita, sin que ello suponga dar la espalda a
otros objetivos. Con su consensuado, estratégico y firme propósito, avalado
siempre por sendos adecuados planes de acción y de viabilidad, no sólo
reescribiríamos con letras de oro esta grisácea historia nuestra sino, lo más
importante, nos erigiríamos en emprendedores de una iniciativa única en el
mundo que, como tal, sería revitalizadora del dormido amor propio, generadora
de ansiado dinamismo y motor de la fundamental economía.
Acometer la resolución definitiva del
Templo catedralicio debe ser un reto social, común y abierto a todos. Una suma
de adhesiones y de colaboraciones. Un Proyecto de Ciudad y de Málaga. Un empeño
general en el que se viera implicada la mayor parte posible de la sociedad malagueña,
bajo la tutela de un ente promotor-director donde estuviesen representados
administraciones públicas, instituciones religiosas y universitarias,
organizaciones empresariales y empresas particulares, partidos políticos y
sindicatos, corporaciones financieras, entidades culturales, medios
informativos y de comunicación, sociedades científicas, colegios profesionales,
centros educativos y formativos, asociaciones ciudadanas y cuantos otros
colectivos sociales creyeran, apostaran y se comprometieran con la aspiración
en cuestión.
De cualquier manera, de nada sirve
intentar motivar conciencias en favor de razonadas causas si en el fondo no
dolemos por aquello que es nuestro y que, además, presumiblemente nos puede
interesar y beneficiar. La Catedral de Málaga, la de La Encarnación, lleva más
de dos siglos esperando y mereciendo nuestro sentir. Ya va siendo sobrada hora
de doler por ella. Si así lo hacemos, convencido estoy que tendremos una gran
oportunidad para reparar parte de nuestra historia, crear riqueza económica,
incrementar nuestro patrimonio cultural, recuperar prestigio y credibilidad
social y, por ende, sentirnos más orgullosos de ser malagueños. “¡Te quiero
Encarnación!”
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