jueves, 3 de enero de 2013

"¡Te quiero Encarnación!"

Alegato en favor de una voluntad mayoritaria y de un definitivo  proyecto  que  resuelvan  la  inconclusión  de  la  Catedral de  Málaga
           
             Doler Málaga es el sentir que experimentan aquellas personas -nacidas o no nacidas y residentes o no residentes en la localidad malagueña- de ser sensibles a lo que por naturaleza propia les pertenece y forma parte de sus vidas. Dicha sensación no sólo se manifiesta a fin de disfrutar del beneficio que les reporta el bien en cuestión, sino que igualmente lo defienden e incluso lo enriquecen como seña de identidad o referencia existencial, dado que tal patrimonio les define y les diferencia en positivo orgullo con relación al resto de los humanos y de otros lugares del mundo.

    Uno de los pecados capitales que tenemos los malagueños es la secular indolencia que hacemos gala para con ciertos asuntos muy particulares, relativamente cargados de vida, que se han ido enquistando en nuestras singularidades más significativas. Son asuntos propios y auténticos, los cuales no generan reacción alguna que provoque el necesario “dolor” de cara a la oportuna reparación que la historia y la responsabilidad nos vienen demandando desde tiempo atrás.

NO  HAY  EDIFICIO  TAN  EMBLEMATICO  EN  NUESTRA  PROVINCIA

  La Catedral de Málaga, la de La Encarnación de la Virgen y no la “manquita”, es posiblemente -junto con el tercermundista y a la vez costosísimo cauce urbano del Guadalmedina- el mayor de los indoloros asuntos íntimos que tenemos los malacitanos. No hay edificio tan emblemático en nuestra provincia que lo supere o que lo iguale en monumentalidad, en acervo histórico, en compendio artístico, en riqueza arquitectónica, en valor sentimental... La Catedral-Basílica de La Encarnación es algo único entre nosotros, no sólo por el legado patrimonial/cultural que atesora, sino también por la insólita situación de inconclusión que desde el año 1782 presenta su portentosa edificación. Una construcción que se inició en 1528 y que, después de varias interrupciones más o menos prolongadas -al igual que ha ocurrido con cualquier otra catedral o magna obra-, los vecinos de la supuesta “Ciudad del Paraíso” no hemos tenido el coraje ni el amor propio para acabarla como “Dios manda” o como así lo quisieron y lo desearon nuestros predecesores.

       Y es que los malagueños “dolientes” de esta tierra nuestra llevamos soportando doscientos treinta años de incorrecta “amputación” catedralicia -más bien hipotrofia-, dando señales evidentes de que, muy al contrario del envidiable ejemplo que nos ofrecen los barceloneses con la experiencia del templo de “La Sagrada Familia”, aquí parecemos ser gente a medias, gente “manca” e incluso gente afectada por lo “pazguato”, ya que ni siquiera muchos de nosotros nos hemos preocupado en conocer y en difundir las auténticas razones que causaron la legendaria paralización de las obras de nuestra Catedral.

   ¡Nada de sufragar la Guerra de la Independencia estadounidense -una colosal “majaronada” en toda regla- y sí de emplear los dineros en cuestión para reparar los caminos públicos de acceso a Antequera, Granada y Vélez-Málaga!

¡Así pues, para colmo de los colmos, son Málaga-capital y su provincia las que mantienen una inverosímil deuda económica y también moral con la Seo malacitana!

Y digo yo: ¿Por qué no echamos manos aquí de la tan traída “memoria histórica” e intentamos acometer su justa y digna reparación?      

LAS  SENSIBILIDADES  DE  UNOS  Y  DE  OTROS

Partiendo de la premisa de que las catedrales no son sólo un bien eclesiástico, sino que igualmente se tratan de un patrimonio multicultural, multiartístico y multihistórico, han de ser las ciudades y los ciudadanos con quienes las compartimos los que tenemos la suerte de disfrutarlas y la responsabilidad de conservarlas.

Tal y como velamos por la restauración de todo tipo de inmuebles... Por la protección de restos de construcciones árabes/nazaríes más o menos trascendentes... Por el rescate de sepultados teatros romanos que fueron machacados con cultos edificios... O, incluso, por la rehabilitación de destartaladas chimeneas industriales... Es muy posible que con tan ejemplares actuaciones podamos dar la impresión de que en Málaga demostramos al “mundo mundial” una exquisita y extrema sensibilidad por la salvaguarda de nuestro legado patrimonial. Sensibilidad ésta que, por cierto, no pretendo criticar en su naturaleza, aunque sí cuestionar los habituales arbitrarios/caprichosos criterios o voluntades que la mayoría de nuestros responsables públicos y  consagrados “expertos” han venido esgrimien do durante las últimas décadas a la hora de decidir qué actuaciones conservadoras se ejecutaban y qué otras no.
           
En este sentir, en este doler, la Catedral malagueña se lleva la palma a amplia distancia de todo lo demás. Ella, pese a su indiscutible importancia, siempre ha sido tratada con una histórica indolencia. Un delictivo abandono. Una insultante indiferencia que, no hace mucho tiempo, llegó a provocar la vergonzosa noticia nacional que daba cuenta que desde sus semirruinosas alturas sobrevenían con peligrosa frecuencia grandes trozos de piedras y preocupantes caudales de agua por mor de la desidia y la lluvia. ¡Muy patéticas y hasta bochornosas fueron las imágenes y fotografías en cuestión difundidas por los medios informativos!

Además, para más “inri”, el entuerto de las urgentes obras que posteriormente se acometieron consistió en sellar el exterior del dañado embovedado de las naves catedralicias, descartando o ignorando que el proyecto primitivo de la Basílica contemplaba un lógico y necesario tejado. Así, pues, una vez más, el “rosario” de la mezquindad volvió a hacer gala en nuestra primera Iglesia y sólo el devenir del día a día se encargará dar oportuna respuesta a semejante ¿chapuza?

Eso sí. Por el contrario y por fortuna, en las postreras actuaciones de rehabilitación del Palacio de La Aduana para convertirlo en museo sí se contempló la construcción de la techumbre que originariamente disponía el majestuoso edificio aduanero, no llegando uno a entender cuáles fueron los dispares criterios arquitectónicos empleados por los “técnicos” de turno para acometer ambas ejecuciones de forma tan dispar. ¿Por qué se le ha puesto cubierta a La Aduana y no se le puso pocos años antes a la Catedral? ¡Será, a lo mejor, porque cien metros al Este de la ciudad, entre la Alcazaba y la Cámara de Comercio, debe llover de una manera más intensa y abundante que en toda aquella redonda urbana!

LA  “VENUS  DE  MILO”  MALAGUEÑA  Y  EL  METRO  “RECORTAITO”

No cabe duda que el Templo de La Encarnación se ha convertido con el paso de los años en uno de los “talones de Aquiles” de Málaga y de los malagueños. A pesar de la controversia que lo envuelve, de que algunos quieren seguir viendo supuestas virtudes en su histórica dejación, la mutilada imagen que ofrece está llegando a ser un clamoroso escarnio en perjuicio de la razón y del sentido común. Y es que no hay obra humana en Oriente u Occidente que se haya proyectado para luego mantenerla consentidamente inacabada: lo que se empieza, por simple obviedad, se ha de culminar, pese a que ciertos “iluminados” pretendan compararla de manera disparatada con la estatua de la “Venus de Milo”. Ya saben... ¡Lo de “manquita” da para muchas insospechadas elucubraciones!


Por ejemplo. Piensen ustedes que mañana, por mor de la crisis, tengamos que paralizar -ojalá no sea así- las obras de construcción del Metro. Vamos dejando que el tiempo transcurra sin más.... Y seguro que, al cabo de varias décadas, su inconclusión alcanzará también el meritorio rango de “seña de identidad muy malagueña”. Puede entonces que, siguiendo la típica costumbre bautismal, a nuestro suburbano le apodemos con algo así como “el recortaito”, que  -al igual que “la manquita”- quedaría muy gracioso.

¿Y qué escusa nos inventaríamos ahora para justificar dónde se fueron a parar los dineros en cuestión? ¡Al menos tendríamos que ser tan ocurrentes como con el chistoso pretexto de nuestra quijotesca financiación en favor de la Guerra de la Independencia Norteamericana! 

No sé... Podríamos inventarnos que lo destinamos a sufragar el patrocinio de una ONG dedicada a la protección del elefante africano... Que, posiblemente, muy pronto -tal y como sucede con el lince ibérico- estará de moda. Pensemos que los “guiris” son extremos defensores de los animales y lo más normal es que se lo crean y lo valoren cuando alguien les cuente la noble historia de “el recortaito”. ¡Sería genial!

Volviendo a la seriedad y al rigor, nuestra Catedral es símbolo de la despreocupación, de la irresponsabilidad y del papanatismo más evidente de quienes teníamos y siempre tendremos la ineludible obligación de custodiarla y de acabarla. Es un fiel retrato que, en contra de lo que históricamente ha ocurrido en la totalidad de las poblaciones europeas con templos similares, nos define a los malagueños como personas que hasta ahora no han sabido o no han querido culminar la voluntad de sus antepasados. Es una permanente herida que, además -gracias a infames y oportunistas autorizaciones urbanísticas-, llegó a ser anulada de la vista ciudadana con lesivas construcciones como el mastodóntico e insultante edificio del Hotel Málaga Palacio. Sí. Ella es, con el inconcluso estado que mantiene, una triste y lamentable ofensa de identidad que no tiene parangón en otro lugar y que en el fondo pone de manifiesto la acomplejada/confusa mentalidad de muchos de nuestros paisanos.

En el fondo los malagueños tenemos una idiosincrasia algo radical a la hora de relegar o de encumbrar, en muy corto espacio de tiempo, cualquier asunto de cierta entidad propia. Málaga C. F. ó C. D. Málaga, Festejos de Agosto y Semana Santa son algunos ejemplos de esta extrema o “burbujeante” casuística social. De desaparecer el primer equipo de fútbol de la capital y poco después a jugar la Champions… De tener una Feria de Agosto moribunda y de compromiso en la década de los ochenta a contar con dos reales (de día y de noche), incluida plaza de toros de primera… De peligrar las procesiones de las Cofradías semanasanteras por falta de motivación popular (hombres pagados y tronos abandonados) hasta llevar a cabo todo tipo de traslados y de cortejos conmemorativos durante buena parte del año, además de incrementar el número de Hermandades y de hacer los tronos más grandes que los portones de las parroquias.

Con “La Encarnación”, ídem de ídem. Intentaron nuestros antepasados que fuera uno de los templos más soberbios de España. Y, efectivamente, fieles a la autóctona naturaleza que nos distingue de procurar tener siempre lo “más mejor”, un puñado de años después tenemos lo menos o, según se mire, lo más inacabado en la materia. ¡Ojalá mañana cambiara la cosa!      

De todas formas, está claro que este eterno dilema catedralicio malacitano no tendría nunca la más mínima cancha en localidades como Barcelona, Sevilla, Valencia, Cádiz, Vitoria, Zaragoza o Madrid, las cuales han sabido o están sabiendo resolver sus seculares retos patrimoniales pendientes de una aseada manera y, en algunos casos, hasta con un admirable proceder. Mientras tanto, aquí, en Málaga, “nanay” o “ná de ná”. ¿Para qué? ¡Y ahora mucho menos con el desastre económico que padecemos!

Es cierto. La Catedral malagueña se encuentra sumida en una eterna crisis. Lleva así doscientos treinta años, pese a que a lo largo de estos más de dos siglos se dieran periodos de bonanzas que, cuanto menos, hubiesen propiciado el mero replanteamiento de su hipotética necesaria conclusión.

UN  AGRAVIO  TAN  GRANDE  COMO  UNA  CATEDRAL

¡Y es que la vida es a veces muy injusta...!

¿Quién hubiera imaginado que nuestro Ayuntamiento llegara a invertir entre 2005-2007 cerca de setecientos mil euros para salvar de la piqueta a la chimenea del plomo, en La Misericordia? Claro. Por entonces, algunos pueden suponer que toda Málaga se echó a la calle para reivindicar el futuro de tan altiva construcción industrial (con menos de cien años de historia y un relativo acervo cultural) y ante ello, nuestros munícipes, sensibles al ¿sentir de la ciudadanía?, demostraron que cuando algo se quiere también algo se puede.

Sin embargo, que yo recuerde, nunca hubo clamor popular alguno por la defensa de semejante “edificación”. Sí es verdad que, gracias a la osadía de un joven enamorado que se encaramó a la chimenea en cuestión para -brocha en mano- hacer público su amor por una muchacha llamada “Mónica”, la ruinosa torre se hizo famosa y con tal intrepidez ayudó a garantizar su digna y alzada permanencia entre nosotros.

Así, pues, comprobada esta efectiva experiencia, no estaría mal dar con aquel temerario/romántico “escalador” y proponerle -previa connivencia con su amada “Mónica”- se encumbrara en la Catedral para que cuelgue sobre ella una visible pancarta que diga algo parecido como “¡Te quiero Encarnación!”. A lo mejor, además de renovar el latente celo conservacionista de los regidores de la Casona del Parque, se conmueven también las insensibles conciencias de algunos otros malagueños y, de tal modo, ponemos término definitivo a la dejada situación catedralicia que viene sintiendo el resto de malacitanos.    

En fin. Ocurrencias aparte, así estamos escribiendo la historia en nuestra bendita tierra, con relación al permanente agravio que desde finales del siglo XVIII es víctima el más importante referente patrimonial que poseemos. Un agravio éste, y nunca mejor dicho, “tan grande como una catedral”. Máxime, cuando las vetustas y hermosas dependencias de nuestro incompleto Templo siguen siendo útiles para el desarrollo de servicios y celebraciones religiosas, museísticas, culturales, artísticas, musicales, expositivas, turísticas... ¡Vamos! ¡Igual que la restaurada y hasta galardonada chimenea del plomo! ¿Verdad?  


UNA  CANDIDATURA  DE  CAPITALIDAD  EUROPEA  CULTURAL  CON  UNA  “MANCA”  CATEDRAL

Por cierto, hablando de visitas turísticas y aunque al respecto no dispongamos en Málaga de unas adecuadas o transparentes estadísticas globales sobre las afluencias de público a los monumentos o museos más relevantes, no creo que me equivoque mucho si afirmo que posiblemente sea nuestra Catedral uno de los espacios patrimoniales/culturales más concurridos de nuestra provincia. Me da la impresión, en este sentido, que no han de registrarse grandes diferencias e incluso supere en número de visitantes a lugares tan promocionados y tan amparados como el Museo Picasso-Málaga, la Fundación-Museo Casa Natal Picasso, la Cueva de Nerja, la Alcazaba, la Real Maestranza de Ronda o el Museo Carmen Thyssen.

Esta significativa y trascendental circunstancia sobre el interés turístico-social que pese a todo continúa teniendo consigo nuestra Seo, además de lo ya mucho argumentado, cuanto menos nos debería motivar a los malagueños para no seguir descartando de nuestras reducidas miras la posibilidad de retomar el debate ciudadano de cara a la resolución/conclusión de las obras catedralicias.

Siempre se ha dicho que a Málaga le hacen falta grandes proyectos que hagan de revulsivo para mejorar y trascender nuestros valores y nuestras potencialidades, todo ello de cara a afrontar los continuos desafíos del futuro.

Sobre este parecer, un último simulacro de magno proyecto fue nuestra fracasada candidatura para ser Capital Europea de la Cultura en 2016. Ridícula pretensión ésta que puso de manifiesto la “alegría” de unos dirigentes locales, los cuales imaginaron que la ciudad podría superar docta reválida internacional, pese a las carencias que en este ámbito siempre se cuentan y, sobre todo, a pesar de que tengamos atragantado y sin solventar el presente/futuro de nuestro más emblemático bien patrimonial. No sé… ¡Hay que ser muy “singular” para intentar que una localidad, señalada por mantener “manca” su Iglesia Mayor, ambicionara al nombramiento de “Capitalidad Cultural de Europa”! ¡Enorme!  


DOLER  POR  UNA  INICIATIVA  NUESTRA,  UNICA  EN  EL  MUNDO

 Sin lugar a dudas, al margen de otras propuestas más o menos consecuentes, resolver la inconclusión de la Catedral-Basílica de La Encarnación es un proyecto ideal, de progreso, que la ciudad necesita, sin que ello suponga dar la espalda a otros objetivos. Con su consensuado, estratégico y firme propósito, avalado siempre por sendos adecuados planes de acción y de viabilidad, no sólo reescribiríamos con letras de oro esta grisácea historia nuestra sino, lo más importante, nos erigiríamos en emprendedores de una iniciativa única en el mundo que, como tal, sería revitalizadora del dormido amor propio, generadora de ansiado dinamismo y motor de la fundamental economía.

    Acometer la resolución definitiva del Templo catedralicio debe ser un reto social, común y abierto a todos. Una suma de adhesiones y de colaboraciones. Un Proyecto de Ciudad y de Málaga. Un empeño general en el que se viera implicada la mayor parte posible de la sociedad malagueña, bajo la tutela de un ente promotor-director donde estuviesen representados administraciones públicas, instituciones religiosas y universitarias, organizaciones empresariales y empresas particulares, partidos políticos y sindicatos, corporaciones financieras, entidades culturales, medios informativos y de comunicación, sociedades científicas, colegios profesionales, centros educativos y formativos, asociaciones ciudadanas y cuantos otros colectivos sociales creyeran, apostaran y se comprometieran con la aspiración en cuestión.

De cualquier manera, de nada sirve intentar motivar conciencias en favor de razonadas causas si en el fondo no dolemos por aquello que es nuestro y que, además, presumiblemente nos puede interesar y beneficiar. La Catedral de Málaga, la de La Encarnación, lleva más de dos siglos esperando y mereciendo nuestro sentir. Ya va siendo sobrada hora de doler por ella. Si así lo hacemos, convencido estoy que tendremos una gran oportunidad para reparar parte de nuestra historia, crear riqueza económica, incrementar nuestro patrimonio cultural, recuperar prestigio y credibilidad social y, por ende, sentirnos más orgullosos de ser malagueños. “¡Te quiero Encarnación!”

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