“No
estaría nada mal que los dirigentes institucionales, políticos, sindicales, empresariales,
financieros, deportivos y hasta eclesiásticos tomaran buena nota de los sentires
que cada año afloran de la fiesta carnavalera. Que fueran esponja del contenido
de sus parodias y escenificaciones… Y a la vez, al menos durante los días de
celebración, que se cubrieran el rostro con la máscara de la eficiencia y de la
ejemplaridad… Que vistieran el disfraz del compromiso y de la decencia… ¡Que
sólo mamaran Carnaval!”
Confieso a priori que los carnavales
nunca me han motivado de una manera especial. Mi bagaje “carnestolendo” cuenta
con alguna que otra noche viendo en Canal Sur-TV lo que el sueño me permitía de
la singular final del teatro Falla gaditano, algún que otro friolero paseo
nocturno por el centro de Málaga contemplando varias actuaciones de las voluntariosas
agrupaciones musicales… Y pare usted de contar.
Por circunstancias del entorno, ni mi
familia y tampoco mi círculo de amistades jamás “mamaron” Carnaval. Y es que
para una gran mayoría de mi cincuentona generación, ponernos la máscara y disfrazarnos
en febrero fue algo que en ningún momento estuvo en el imaginario protocolo
infanto-juvenil de nuestra época en cuestión.
No obstante, a pesar de esta falta
de cultura carnavalesca, sí que es verdad que desde mi atalaya observadora
valoro en positivo la intensa labor de rescate, de divulgación y de desahogo
social que esta resucitada celebración popular ha sido objeto durante las
últimas décadas en la capital y provincia malagueñas, al igual que en otras
muchas poblaciones españolas.
Uno de los atractivos que más
aprecio en ella es el análisis crítico y burlón que se hace de la vida en
general. Las letras y puestas en escenas carnavaleras suelen ser como afilados “bisturíes”
que abren en canal a todos los sectores de la sociedad a fin de mostrar
públicamente sus respectivos defectos y también sus virtudes. Esta original “cirugía”
se lleva a cabo gracias a la labor de los respectivos cuartetos, murgas,
comparsas y coros, agrupaciones artísticas “aforadas” que, a semejanza con la
clase política institucional, gozan de una tácita inmunidad, amparo o
protección social para “cortar por lo sano”, sin que los supuestos “pacientes”
de turno tengan que “sangrar” más de lo debido.
Tal y como está el
panorama existencial, mucho me temo que las susodichas agrupaciones contarán
este año con suficientes argumentos para emplear su “quirúrgico bisturí” de
arte, juicio, gracia y libertad. Basta asomarse a la ventana de la cotidiana
actualidad y seguro que los compositores del antifaz habrán tenido sobrada
saturación de asuntos para elegir los más sensibles a la gente. Su Majestad&Urdangarín,
Mas&Pujol, Pantoja&Muñoz, Rajoy&Merkel o Jeque&Isco serán
algunos de los muchos “dúos dinámicos” de personajes a referenciar en los “libretos”
del venidero jolgorio, sin olvidar las consabidas temáticas relacionadas con la
crisis económica, el creciente paro, la corrupción de cada día, los desahucios
bancarios, la polémica belenística papal de los Reyes Magos de ¿Oriente?, la mula y el buey y, en un ámbito más local, la sanción de la UEFA al Club malaguista o
las interminables y recortadas obras del Metro-Málaga.
De cualquier manera, sean cuales
sean los protagonistas y las historias a reflejar, bienvenido sea el Carnaval. Y
sea bien recibido, ahora más que nunca, porque estoy convencido que, en estos
tiempos de forzada precariedad y de angustiosa desesperanza, aliviar la
necesaria crítica y provocar la balsámica sonrisa supondrán las mejores pócimas
“pa tirar p’alante”, tanto en beneficio de los anónimos actores como para
disfrute de los espectadores.
No estaría nada mal que los
dirigentes institucionales, políticos, sindicales, empresariales, financieros, deportivos y hasta
eclesiásticos tomaran buena nota de los sentires que cada año afloran de la
fiesta carnavalera. Que fueran esponja del contenido de sus parodias y
escenificaciones… Y a la vez, al menos durante los días de celebración, que se
cubrieran el rostro con la máscara de la eficiencia y de la ejemplaridad… Que
vistieran el disfraz del compromiso y de la decencia… ¡Que sólo “mamaran”
Carnaval! Seguramente descubrirían una realidad más auténtica y, por lo que a
nosotros respecta, si ello ocurriese, puede que hasta algunos lleguemos a creer
en los milagros del Dios Momo.
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